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Espacio natural, sabor propio

LA PRINZESSIN DE HEIDELBERG

24 mayo, 2015 | Comment

Hay una niña de 5 años que vive en Serón, un pueblito de Almería. Es muy valiente, no teme a los murciélagos, ni a los cocodrilos…, ni siquiera a las mambas africanas. Se llama Victoria.

A ella, a los niños de su colegio y a todos los niños que conozco, les dedico este cuento de una princesita y de una bruja perversa que vivían en Heidelberg…

Hace muchos, muchos años, en una noche oscura como boca de mamba, se abatió una enorme tormenta sobre un pueblito blanco de los montes de Almería. En una de las torres del castillo dormía plácida en su cuna de oro la princesita Victoria, hija del gran rey Guzmán de Serón. El viento ululaba entre las almenas zarandeando ventanas y puertas, desgajando y destrozando las hojas de las altas palmeras del jardín real. Perros y gatos se guarecieron en escondrijos, los pajarillos buscaron refugio en huecos de los árboles, los búhos en los recodos de los muros, los vigilantes de la fortaleza se refugiaron en sus garitas al amor de las hogueras. Hacía un frío terrible, empezó a nevar.

De pronto apareció en la negrura la silueta de un hombre gigantesco con una escalera y un saco al hombro. La apoyó en la torre y la escaló con mucho sigilo. Cuando llegó arriba, rompió la ventana del aposento de la niña justo en el instante en que un rayo cruzó el firmamento iluminando el castillo, pero nadie lo vio, no quedaba un alma en las callejuelas empinadas y serpenteantes del pueblo, todos sus habitantes dormían.

El hombre se acercó despacito a la cuna de Victoria, la amordazó con un paño mugriento, y envuelta en mantas, la metió en su zurrón. Al cabo de un mes, Victoria dormía plácida en su nueva alcoba, en el lejano castillo de Heidelberg, bajo la tutela de la malvada reina Perversa.

Había llegado a Heidelberg después de muchos días de terrible viaje en carreta, en brazos de la buena mujer que acompañaba al hombre que la raptó. Se llamaba Inés y fue su ama de cría por orden de Perversa.

Victoria creció en el inmenso castillo alemán sin el cariño de la reina. No salía del jardín y de sus aposentos a no ser que la malvada le diera su permiso, y siempre debía ir escoltada por soldados. Así que apenas conocía los alrededores. Muy pocas veces bajó al pueblo en días de mercado, solo cuando necesitaba lanas y sedas para sus telares. La niña se aburría en el castillo, no tenía amigos con los que jugar.

Poca cosa sabía de su vida de bebé, Perversa le contó que era huérfana de una pariente pobre de la Alsacia y que, por pura pena, ella la recogió en su palacio y la educó como una auténtica princesa porque era su heredera. Pero Victoria se miraba en el espejo y veía que su largo cabello era color azabache, sus ojos negros y brillantes como tizones, su piel del color de la arena…: no se parecía en nada a Perversa.

Era la reina una mujer muy alta, delgada como una lanza, blanca y rubia, de ojos fríos del color del hielo de los glaciares. No, en nada se parecían, y menos en el carácter. A Victoria, dulce y tranquila, le gustaba leer, manejar su rueca, las labores de costura y, sobre todo, la música. Tocaba el arpa y cantaba como el mejor ruiseñor de Heidelberg. La reina, al contrario, tenía voz de ultratumba, ronca, hablaba chillando, daba órdenes a doquier diestro y siniestro, castigaba a sus siervos con palizas a bastonazos por el menor error que cometieran, incluso a latigazos. Los encerraba en las sucias y húmedas mazmorras del castillo llenas de ratas, serpientes y murciélagos, o los mandaba arrojar al foso para alimento de los horribles cocodrilos que ella misma cuidaba. Era una mujer muy cruel.

Así fue pasando la vida de Victoria mientras en Serón sus padres, los reyes, lloraban su pérdida. No entendían por qué ni quién la podía haber raptado. Cansados de buscarla en villas y ciudades de los reinos cristianos de toda la Hispania, mandaron paladines a pueblos moriscos de Las Alpujarras y hasta a las tierras de piratas bereberes del norte de África, por si la tenían cautiva en un harén.

No encontraron huellas de Victoria, y de pena murió su madre, la reina Isabel, mientras don Guzmán languidecía por el enorme dolor de su ausencia.

Cumplió la princesita los quince años. Perversa organizó una gran fiesta en su honor para presentarla a la realeza de los reinos vecinos.

El majestuoso castillo de Heidelberg fue engalanado para tan señalada ocasión con banderolas, macizos de flores, fuentes y antorchas que alumbraban la gran explanada sobre la ciudad. Perversa

CARMEN DE LA ROSA

DICIEMBRE 2012

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